La diversidad corporal exige respuestas más ágiles, cercanas y comprometidas desde el diseño.
La flexibilidad de las marcas propias permite ajustar curvas de talles, escalar de manera más precisa y testear productos de forma más rápida.
Mientras crece la demanda por una moda más inclusiva, las líneas desarrolladas desde el retail tienen una oportunidad concreta de liderar un cambio estructural en la industria textil. Con control sobre el diseño, la producción y la distribución, estas propuestas están en condiciones de responder con agilidad a una deuda histórica del sector: la falta de opciones para todos los cuerpos.
En la Argentina, más del 70% de las personas declara tener dificultades para encontrar talles adecuados, según la ONG AnyBody. Aunque la Ley de Talles se reglamentó en 2021 y se basa en el Estudio Antropométrico Argentino, su implementación efectiva sigue siendo baja.
En este contexto, las marcas propias tienen la ventaja de poder incorporar estos datos de forma directa en el desarrollo de producto, sin depender de estructuras heredadas o estándares internacionales poco representativos.
La flexibilidad que caracteriza a estas líneas permite ajustar curvas de talles, escalar de manera más precisa y testear productos en tienda con tiempos de respuesta más cortos. Además, al mantener contacto estrecho con el consumidor final, pueden identificar vacíos en la oferta con mayor rapidez y adaptar surtidos de acuerdo a patrones reales de compra, no solo a supuestos históricos.
Capacidad de reacción
Esta capacidad de reacción se vuelve aún más valiosa en un contexto económico desafiante. Según un relevamiento de Fundación ProTejer, el 80% de las empresas textiles no proyectó inversiones en 2024. Sin embargo, ampliar el rango de talles no requiere necesariamente grandes volúmenes, sino decisiones de diseño y producción más alineadas con la realidad corporal de la población.
El desafío va más allá de la disponibilidad: implica asumir un compromiso con la representación. Cuando una marca incluye talles especiales desde la concepción del producto —y no como extensión marginal—, transmite un mensaje claro sobre a quiénes quiere incluir. Esa coherencia se refleja tanto en la experiencia de compra como en la construcción de comunidad.
En un mercado cada vez más exigente, la inclusión puede ser un diferencial competitivo real. Las marcas propias, con su capacidad de escuchar, adaptar y proponer, están en una posición ideal para avanzar en esta agenda. Lo que hoy se presenta como un reclamo pendiente puede convertirse en una ventaja concreta para quienes decidan liderar con convicción.