Con consumidores cada vez más atentos al precio, la calidad y el valor real. El prestigio tradicional pierde terreno como factor de las elecciones.
Las marcas atraviesan un momento de revisión profunda. Lo que durante décadas fue un activo intangible de altísimo valor —el reconocimiento— empieza a ceder terreno ante un consumidor más consciente, exigente y menos dispuesto a pagar por el peso del nombre. Aunque las oscilaciones económicas explican parte del fenómeno, el cambio actual responde a causas más estructurales.
Hoy, el precio, la calidad percibida y el valor real que entrega un producto se imponen como factores de decisión. En distintos mercados, los consumidores están migrando hacia alternativas más económicas y funcionales, muchas veces sin intención de volver atrás. Ya no se trata únicamente de ahorrar, sino de haber encontrado una propuesta que satisface con honestidad y consistencia.
Este cambio se apoya en tres movimientos clave. El primero es el reposicionamiento de las marcas blancas, que dejaron de ser una opción de compromiso para transformarse en protagonistas de la góndola. Su crecimiento sostenido no solo se refleja en volumen, sino también en la confianza que generan. Para muchos consumidores, elegirlas no es una renuncia, sino una elección consciente.
Entornos
El segundo gran cambio está en la forma en que descubrimos y evaluamos productos. Las góndolas físicas perdieron centralidad frente al dinamismo de las plataformas digitales y redes sociales, donde las decisiones se toman antes de pisar una tienda. La visibilidad ya no depende tanto del packaging o la ubicación en el punto de venta, sino de la capacidad de resonar en un entorno digital saturado y fragmentado.
Finalmente, el acceso inmediato a información, comparativas y experiencias compartidas volvió más transparente el proceso de compra. Herramientas digitales permiten contrastar precios, verificar calidad y acceder a descuentos o beneficios, sin depender de la promesa de una marca consolidada. En este escenario, la sostenibilidad y otros atributos simbólicos pierden fuerza frente a un criterio más simple: cuánto valor me entrega este producto, hoy.
Lo que está en juego es la relevancia simbólica de las marcas. Quienes deseen mantenerse vigentes deberán reconstruir su propuesta desde la experiencia real del consumidor, más allá del prestigio construido.